NAVARRA

 

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LA CAMPANA DE NAJERA

Un día, el rey don García de Navarra había salido de caza. Una perdiz voló de pronto y fue lanzado un ágil azor contra ella. La perdiz volaba y volaba sin ser alcanzada por el azor. El rey y sus sirvientes picaron espuelas y fueron siguiendo el vuelo de la valiente perdiz que de tal manera burlaba a la mejor de las aves de cetrería del monarca. La perdiz, sintiendo cerca el ave enemiga, atravesó el río Najerilla y se metió por el profundo y umbrío boscaje. El azor seguía como una flecha a su presa y se vio a uno y a otro perderse en el boscaje. El rey, juzgando que ya habría caído la pobre perdiz bajo las garras agudas del azor, se internó entre la arboleda. Nada pudieron hallar. Habían desaparecido azor y perdiz, de tal manera que los rastreadores más sagaces se confesaron rendidos. Al fin, el rey vio una oscura cueva y, creyendo que allí podía haberse refugiado la caza, penetró en ella. La cueva era profunda y oscura, el rey mandó encender unas teas para alumbrar el camino. Grande fue la sorpresa del monarca cuando, a la luz vacilante de las hachas traídas por sus servidores, pudo ver una imagen de nuestra señora que parecía haber sido ocultada en aquel recóndito lugar. Delante de la imagen había una pequeña vasija de porcelana humilde, de las que llaman terraza, y en el suelo una campana. Pero lo que causó el asombro de todos fue ver que a los pies de la virgen estaba el azor y la perdiz en amigable compañía. Don García y sus acompañantes juzgaron prodigio sobrenatural todo lo sucedido y volvieron atrás. Más tarde, el rey ordenó que se erigiera allí un monasterio. La campana fue recogida y se vio que en ella había una inscripción en latín que decía: "Mente sana y espontánea: honor a Dios y libertad a la patria". Después se instituyó, en memoria de ese hallazgo, la orden de la Terraza, recordando la humilde vasija encontrada a los pies de la imagen.

     

                      

               

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