PONTEVEDRA

 

PRIMERA LEYENDA

 

Vista general

 

Augusto y Laureano eran hermanos mellizos, jóvenes y fuertes, recién salidos del colegio. Tal cual como anda un joven cuando termina un ciclo de escolaridad, Augusto y Laureano andaban como distraídos del mundo, vueltos hacia dentro de sí mismos averiguando cómo embarcarse hacia el incierto porvenir de la madurez.

Una mañana Laureano gritó que por fin había encontrado su verdadera vocación y que iba estudiar medicina. Diez minutos después Augusto anunció: "Encontré mi vocación, voy a ser asaltante."

Laureano se zambulló en la anatomía, la fisiología y la cirugía. Mientras Augusto perdió el sueño estudiando los movimientos de las casas de la gente rica, anotando características de los comercios y merodeando Bancos en sus momentos clave.

No es por decir y sin desmerecer a nadie, pero ambos mellizos se quemaron las pestañas estudiando: Laureano escrutando el microscopio, Augusto revisando combinaciones de cajas fuertes. Uno memorizaba fármacos y fórmulas de química; el otro aprendía precios y lugares para reventa de joyas, electrodomésticos y obras de arte. Apenas dormían.

"Voy a la facultad para dar un final de histología. No me esperen para comer, además que estoy con una práctica de fisiología." "A mí tampoco me esperen. Hoy tengo un curso de tiro al blanco y de cerrajería, además tengo que visitar e inspeccionar la zona."

Un día Laureano recibió su título de médico, y al día siguiente Augusto hizo su primer robo a mano armada. Mientras uno cumplía guardias hospitalarias agotadoras, el otro hacía rondas nocturnas interminables a la pesca de incautos.

"Esta mañana salve a una anciana", decía uno. "Esta mañana me salvé de los policías", decía el otro.

La fama del médico crecía, lo mismo que la fama de su hermano. Pero mientras al médico el trabajo se le hacía cada vez más llevadero por el cariño y el reconocimiento de la gente, al otro la vida se le volvía cada vez más solitaria y desconfiada. El día que nombraron a Laureano director del hospital, los vecinos hicieron un asado. El día que llevaron preso a Augusto, la familia le llevó a la comisaría unos versos de José Hernández: "Más cuesta aprender un vicio que aprender a trabajar."

Pontevedra

 

 SEGUNDA LEYENDA

 

La historia fue en tiempos de Felipe IV y comenzó en el pueblo de Carrión de los Condes, donde en un convento había una monja milagrera llamada sor Luisa, quien pronto alcanzó gran popularidad entre las gentes de aquellos contornos. En seguida La Inquisición tomó cartas en el asunto y, desde Valladolid, envió gente para detenerla y llevarla a la ciudad castellana con objeto de que prestara declaración. Así se hizo, por el camino, realizó algunos prodigios; el más sobresaliente fue en una venta, donde encontró a dos pequeños mellizos con su madre, a la que se le había retirado la leche, estando los críos a punto de fallecer de hambre; entonces la monja consiguió que las ubres maternas se colmaran. El suceso llenó de admiración a los circunstantes, pero no convenció a los guardianes. Aprovechando el estupor, sor Luisa huyó, pero fue hallada en seguida y conducida a la prisión, donde años más tarde murió. La madre regresó a Madrid, donde falleció pronto uno de los mellizos; el otro más adelante relataría a las gentes el hecho prodigioso ocurrido en su infancia y, considerándole un elegido, comenzaron a llegarle donativos cuantiosos, adquiriendo así un buen capital en tierra y dineros. A su muerte, cedió el terreno de su casa a la cofradía del Santísimo Sacramento, dejando además una importante cuatiosa suma de dinero para misas por su salvación y, especialmente, por la de su hermano.

                                                                            

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