CÁCERES

 

LA LEYENDA DE LA GALLINA DE CÁCERES

 

Hace algunos años escuché una historia sobre esta ciudad; la verdad, no me lo creí demasiado, pero fue después de algún tiempo cuando comencé a pensar que había más verdad en ella de la podía haber imaginado. Me la contaron en el mismo lugar que sucedió una noche de San Juan, una noche en la que todo es magia y brujería, una noche en la que el misterio y lo irreal te envuelven y te atrapan, la misma noche en que sucedió esta historia...

Era un día cualquiera, tan simple como cualquier otro, la quietud invadía las calles y tan sólo algunos pasaban apresurados por las calles de esta ciudad. Por aquel entonces Cáceres aún se llamaba Alqazires y su señor era un importante musulmán cuyo nombre desconozco. Era tiempo de guerra, los cristianos pugnaban por devolver la ciudad al poder del soberano castellano, pero no era tarea fácil.

 ALCANTARA

He aquí que el señor de la ciudad tenía una hija, tan bella como sólo los juglares han podido oír referenciar en sus cantares, hermosa como la que más, de esa hermosura triste, llena de melancolía, pero a la vez llena de fuerza y arrebatador encanto. Tanto era así que era conocida en todo el territorio que los musulmanes tenían en la península, algunos dicen que incluso más allá, y aunque algunos de los más ricos y acaudalados la habían pedido como esposa, a ninguno de ellos dio consentimiento. A su padre le decía que Alá no quería que se desposara todavía, pero en lo más profundo de su corazón la verdad latía desaforadamente... a los ojos de Dios, fuera éste cualquiera, musulmán o cristiano, ella había entregado ya su corazón y el que lo poseía era ya, al menos en su alma, su esposo.

La razón de llevar esto en el más estricto de los secretos no era otra que la siguiente: Su amante era un cristiano, un capitán cristiano.

Todo había ocurrido sin apenas darse cuenta, sin querer, sus miradas se cruzaron un momento y su corazón comenzó a latir violentamente. A él le ocurrió lo mismo, al menos eso dicen. Durante mucho tiempo se vieron a escondidas, ocultando su amor a los ojos de los demás, a todos los demás; vivían de fugaces encuentros nocturnos y se consumían en el tiempo en el que no estaban juntos.

El tiempo pasó y la guerra entre ambas religiones se hizo más cruenta, más de lo que ya era. Las escaramuzas y batallas se sucedían día y noche, los ataques a traición, tanto de un bando como de otro, eran ya cosa normal. La vida se volvió oscura y sombría para todos, en realidad sólo vivían por y para la guerra.

Hacía tiempo que ya no se podían ver, las obligaciones de él y la estrecha vigilancia de su padre hacían imposible cualquier encuentro. Por eso cuando él le pidió que se vieran en el claro, a las afueras de la ciudad, esa noche no pudo por menos que sorprenderse... pero fue. El encuentro fue tan dulce como esperado, pero como en todas las historias había más, mucho más... la traición.

Sonaba tan irreal como fantástico, traición, la palabra resonaba en su cabeza (traición, traición) con demasiada claridad. Era absurdo, estúpido, pero era real. Aquella noche apenas durmió, pero la suerte estaba echada, su vida, su futuro, dependían de ella, su felicidad... y lloró.

Dos días más tarde se produjo el ataque cristiano, la fortaleza fue destruida y arrasada y la mayoría de sus habitantes muertos. Alguien había cometido traición, y ese alguien era su propia hija. Había descubierto sus amores con aquel perro cristiano, peros sus intentos de mantenerla alejada no habían servido de nada. Y ahora esto... era más de lo que cualquier padre podía soportar.

 Cáceres

Cuando la trajo a su presencia aquella noche, la misma noche del ataque, bajo el fuego y la destrucción ella confesó, con lágrimas en los ojos que había vendido a su religión y a sus hermanos de fe (por no hablar de su propio padre) por un amor tan imposible como irreal. Le había entregado las llaves de la ciudad al cristiano que la enamoró. Esa fue la pérdida de la ciudad. La furia de su padre no conoció límites. Su venganza tampoco.

Las malas lenguas dicen que el padre, que además de musulmán era brujo (vaya usted a saber) la castigó convirtiéndola en gallina, para que purgara sus pecados, condenándola a vagar eternamente por las calles del antiguo casco de la ciudad. Algunos dicen que la han visto, en las noches de San Juan, en que recupera su forma humana, llorar por las calles estrechas y oscuras, alejándose de cualquiera que pueda verla. La realidad fue mucho más cruel... su castigo fue más doloroso y agónico: Se la ató a los pilares que forman las columnas del Aljibe árabe y se la abandonó allí para que muriera sola y lentamente, ahogada.

Ha pasado mucho tiempo de esto, mucho, pero yo aún me acuerdo de aquella noche de San Juan, en la parte antigua, la noche en la que creí oír un lamento de mujer salir de las cámaras cerradas del Aljibe.

                                                                                      

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