LEYENDAS DE SIURANA: "La
reina mora"
Abd-al-azia, la supuesta reina mora
de la leyenda, era la esposa del valí de Siurana. Mientras se peinaba y se perfumaba, fue
sorprendida por los cristianos, con la espalda y los brazos desnudos. Cuando la vieron los
cristianos, se sorprendieron por su gran belleza y le prometieron la vida si se convertía
al cristianismo. Ella les dijo que lo aceptaba, con una voz muy dulce, al tiempo que
cogía un velo para cubrirse pudorosamente las espaldas. Solamente les pidió que le
permitieran unos minutos para acabar de vestirse y así, poder ser bautizada.
Mientras los ilusos cristianos creían que se estaba vistiendo con sus mejores galas,
bajó a las cuadras, tomó su caballo, lo montó y lo condujo hacia el precipicio; el
caballo reculaba relinchando con fuerza delante del abismo.
Rápidamente, Abd-al-azia se arrancó el velo y tapó con él los ojos de esa noble
bestia, al tiempo que lo castigaba en el vientre con sus talones y tiraba con todas sus
fuerzas las riendas. El animal movía con desesperación su cuerpo y con fuerza mantenía
sus patas encima de la roca. La reina viendo la resistencia del caballo le asestó un
golpe aún más fuerte en el vientre y empezó a correr, pero de repente, justo delante
del abismo se paró con suma brusquedad, dejando en la roca marcada la herradura de una de
sus patas. Abd-al-azia clavó su espada en el suelo y el caballo, muy asustado, saltó y
se perdió absorbido por el precipicio.
Aún hoy pueden apreciarse estas huellas en la roca.
Los guerreros cristianos vieron
volar algunos instantes los velos blancos de la heroína. Así fue como desapareció la
reina mora ante sus ojos. Todo el mundo corrió hacia el abismo y quedaron sorprendidos
cuando miraron al fondo. Los árboles que salían entre las grandes rocas rojizas del
margen, parecían haber engullido el cuerpo de Abd-al-azia y de su caballo, ya que desde
arriba, no era visible ninguno de los dos.
Los guerreros, recularon cuando tomaron conciencia de este hecho y, girando la vista a su
entorno, se preguntaban si realmente habían visto caer a la dama musulmana o si todo ello
había sido un engaño producido por sus ojos.
Abd-al-azia había esquivado las
garras de los vencedores para mantenerse en su admiración. Los decepcionó con un impulso
insatisfecho y encarnó en adelante una sugestión perenne. Venció la muerte para
adquirir una perpetuidad literaria. Los cristianos ganaron la batalla y la guerra, pero no
pudieron reducir a la majestuosa doncella, que era su espíritu. Plantaron la cruz en la
torre más alta del castillo, y derrumbaron la mezquita; tuvieron en posesión la roca;
pero la muchacha los burló.
Su salto no es un salto hacia abajo, sino proyectado hacia el futuro, resistiendo el
transcurso del tiempo.
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CATALUÑA
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