Hace ya mucho tiempo, no sabemos cuanto,
en un pequeño pueblo del norte de Palencia, llamado Llanaves, vivía un matrimonio que
recibió con alegría la llegada de su primer hijo.
Desde aquel día vivieron más felices porque el niño, con sus risas y travesuras,
transformó el ambiente del hogar.
Los esposos eran muy apreciados por sus vecinos porque eran honrados, trabajadores y
serviciales.
Ella se dedicaba a las labores de la casa, mientras el esposo, con un carro y una yunta de
bueyes, recorría los caminos transportando las más diversas mercancías,de pueblo en
pueblo.
Pasó el tiempo y cuando empezaba a anochecer, el niño esperaba impaciente la llegada de
su padre que le contaba hermosas historias después de su duro día de trabajo.
Y así fueron apareciendo en el muchacho deseos de acompañarlo, pensando que él
también, cuando fuese mayor quería ser carretero.
Por eso un buen día le preguntó:
- Padre, ¿me llevarás alguna vez contigo?
El padre respondió:
- Mira hijo, mi oficio es duro y cansado. Son muchos los caminos que tengo que recorrer
diariamente, pero, si ese es tu deseo, mañana puedes acompañarme.
Aquella noche el niño apenas pudo dormir, tan emocionado y nervioso estaba que se le
hicieron interminables las horas hasta el amanecer. Se levantó a toda prisa para salir en
busca de su padre que preparaba los arreos a la puerta de la casa.
Terminados los preparativos, emprendieron el camino. Los dos iban contentos a pesar de que
la mañana estaba más fria de lo que podría esperarse en mayo.
Se habían alejado de Llanaves, habían dejado atrás varios pueblos, cuando adentrados en
los caminos solitarios, el cielo empezó a cubrirse de negros nubarrones. El frio era
intenso y la nieve caía pausadamente, pero de una forma tan continua que toda la montaña
donde se encontraban, quedó rápidamente cubierta por una capa blanca y espesa que hacía
invisible el camino que les separaba de la aldea más cercana.
Esperaron un buen rato, tal vez horas, cobijándose bajo los robles del paraje, pero el
carretero, viendo que el temporal y la ventisca blanca no amainaban y que empezaba a
anochecer, dijo a su hijo:
- Solos no podemos continuar y aquí tampoco podremos quedarnos mucho tiempo. Necesitamos
ayuda.
El muchacho asustado respondió:
- ¿Y qué haremos?
El de Llanaves, cogiéndolo en los pecho le contestó:
- Mira hijo, esperame aquí junto a los animales que te daran cobijo,yo mientras iré a
buscar ayuda.
Dicho esto y dejando a su hijo al amparo de los bueyes empezó a andar, alejándose poco a
poco de aquel lugar. Caminó sin descanso entre peñascos y montes durante mucho tiempo,
hasta que la oscuridad de la noche lo desorientó y se perdió entre los tortuosos
senderos de la montaña.
Siguió sin rumbo toda la noche, luchando contra la cellisca. El cansancio, la fatiga y
las continuas caídas sobre la nieve hacían que sus fuerzas empezasen a flaquear, aunque
no por ello su ánimo y sus deseos de llegar a un lugar habitado decaían.
Pasó los puertos del Señorío de Alba, atravesó las tierras de Frías y cuando dominaba
ya el alto, una nueva ventisca de agua y nieve se abatió sobre él y le hizo perder el
rumbo de nuevo. En su incertidumbre y a través del nevado paisaje continuó su
peregrinar, sin saber a dónde sus pasos lo llevaban, cuando de repente, ante sus ojos se
encontró con las tranquilas aguas del Pozo del Curavacas. Rendido por su fatigoso caminar
se sentó en la orilla del pozo, contemplando la belleza de aquel paraje y la calma del
Lago.
Mientras descansaba, una gran nube comenzó a ascender entre la vaporosa atmósfera hasta
confundirse con el azul del cielo, y, aquí, que de las tranquilas aguas emergieron
súbitamente extraños ruidos, que debido a su intensidad, podían oirse en los cercanos
pueblos de Pineda, Vidrieros, La Lastra, Triollo y en los Cardaños.
El asustado caminante, trató de alejarse de aquel infierno, pero las encrespadas aguas
con su creciente rugir se lo impidieron. Entonces observó como se abría un enorme abismo
en el centro del pozo del cual salía una terrible serpiente, que con sus numerosos
coletazos expulsaba violentamente las entrañas de un antiguo ser, al que la muerte había
sorprendido en pecado mortal. El monstruo, al mismo tiempo que se hundía de nuevo en el
abismo, emitía silbidos tan espantosos que helaron la sangre del pobre carretero.
Después de contemplar este extraño espectáculo, el de Llanaves, extenuado y creyendo
que el final de su vida había llegado, recordó los múltiples milagros que había oído
contar de San Lorenzo. A él se encomendó con gran confianza, ofreciéndole diez libras
de cera si lo salvaba de aquella pesadilla.
Hecha la promesa y pasados unos segundos, el carretero empezó a recuperar sus fuerzas,
vió como cesaban los ruidos y las aguas recobraban su calma. La tranquilidad del paisaje
era total, momento que aprovechó el de Llanaves para alejarse rápidamente del lugar,
dirigiendo sus pasos hacia el vecino pueblo de Cardaño.
Durante el trayecto recordaba la angustia pasada, pero ahora la única preocupación era
su hijo y la terrible incertidumbre que le causaba el no saber dónde podría encontrarlo,
temiendo incluso por su vida.
Absorto en estos pensamientos recorrió la distancia que lo separaba de Cardaño, cuando
de pronto, a la entrada del pueblo, se encontró con el muchacho que allí estaba
esperándolo.
El carretero incrédulo, no apartaba los ojos de su hijo, preguntándole insistentemente
cómo había llegado hasta allí.
El niño repetía una y otra vez: "Cuando te fuiste a buscar ayuda a Triollo, se hizo
enseguida de noche. Como estaba tan oscuro sentí mucho miedo y empecé a llorar.
Apareció de pronto una estrella resplandeciente en el cielo que se iba acercando. En ella
venía un santo que me cogió de la mano y me trajo hasta aquí".
- ¿Y quién era ese santo?
- Me dijo que se llamaba Lorenzo y que desde hoy, recordase a los de Llanaves que todos
los años tenían que pagar a los de Cardaño diez libras de cera para librarse de los
males del alma en pecado, que está en el fondo del Pozo del Curavacas.
Desde entonces la tradición sigue y los habitantes de Llanaves cumplen su promesa,
enviando año tras año la cera prometida a los de Cardaño para honrar y venerar a San
Lorenzo.
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