Rembrandt ha pintado siempre
sus escenas como auténticos acontecimientos, dotándolas
de la tensión exigida y despojándolas de detalles
superfluos.
Es el caso del final de la Parábola del Hijo Pródigo,
eligiendo el momento en que el hijo regresa a casa y recibe la
misericordia del padre.
El abrazo de ambos es el momento culminante del suceso como bien
nos muestra el maestro, las demás figuras que ocupan el
lienzo, observan el feliz desenlace. La obra corresponde a las
características de Rembrandt: importancia de la luz dorada
que crea efectos atmosféricos; profundo contraste entre
zonas iluminadas y ensombrecidas siguiendo a Caravaggio; empleo
de colores oscuros animados por el rojo; expresiones de los personajes;
y una pincelada rápida, casi abocetada tomando a Tiziano
como referencia.
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