En este lienzo aparecen cinco personajes
masculinos en un espacio de características inapreciables. En un
primer plano y de espaldas al espectador, un joven aparece arrodillado
y recostando su cabeza, ligeramente girada a la derecha, sobre el regazo
de un anciano, su padre.
Los pies del joven reflejan la
historia de un viaje humillante: el pie izquierdo, fuera del calzado,
muestra una cicatriz, al mismo tiempo que la sandalia del pie derecho
está rota. La ropa es vieja, de color amarillento y marrón,
está estropeada, y el personaje ha sido representado con la cabeza
rapada. Sin embargo, lleva ceñida a la cintura una pequeña
espada. Su rostro no se advierte, pues el joven lo hunde en las vestiduras
paternas.
Frente a él figura el padre,
inclinado levemente sobre su hijo, posando las manos sobre su espalda.
Las vestiduras del anciano están cubiertas por un manto rojo y
por debajo de éste asoman las mangas de una túnica de color
ocre con reflejos de un dorado verdoso que contrasta con los vestidos
harapientos del joven.
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La luz inunda el rostro del padre,
que dirige la mirada hacia abajo resaltando la emotividad de la escena,
aunque el núcleo de la misma reside, sin duda alguna en el gesto
sencillo de sus manos, representadas de forma distinta. Así pues,
la mano izquierda se apoya con firmeza y mayor vigor sobre el hombro del
muchacho y la mano derecha lo hace con delicadeza. Con este sencillo gesto
del anciano , unido al de su rostro, Rembrandt transmite todo el dramatismo
de la escena. Visiblemente es este personaje el que concentra la máxima
luminosidad del cuadro. Padre e hijo menor, aunque no ocupen el centro
de la composición, sí se convierten en el grupo humano más
importante del mismo. Rembrandt mostró en numerosas ocasiones su
interés por las figuras de ancianos. La vejez era la edad para
él ideal, la que le ofrecía la oportunidad de mostrar la
riqueza interior que ofrecen el sufrimiento y la experiencia.
A la derecha del grupo anterior
se sitúa el hermano mayor. Existe un parecido entre éste
y su padre, tanto por la barba como por sus atuendos. Es un hombre alto,de
postura señorial y rígida , lo cual se acentúa con
el fino bastón que sostiene entre sus manos. Su mirada aparece
fría y distante, a diferencia de la del padre, que es tierna y
acogedora. Nada tienen que ver tampoco sus manos con las de su progenitor:
si el padre con sus manos extendidas da acogida al hermano menor, el recogimiento
de las suyas insinúa un cierto rechazo. Cabe destacar también
que se mantiene apartado de la escena principal,lo que corrobora que no
parece ser un alejamiento sólo físico. Una tercera contraposición
se podría establecer en la forma con que Rembrandt trata la luz
que incide sobre su rostro y la que utiliza para iluminar el rostro del
padre: la primera, es fría y estrecha; la segunda, cálida
y amplia.
Completan el cuadro dos personajes
más, un hombre sentado que se golpea en el pecho, posiblemente
un administrador, y, en último término un recaudador de
impuestos al que tan sólo se le intuye el rostro, totalmente ensombrecido
y, por tanto, difuso. Estos dos personajes son también testigos
de los hechos que están teniendo lugar, pero su papel es secundario.
Rembrandt ha querido otorgar el protagonismo a las otras tres figuras,
que se agrupan originando dos centros (padre y hermano menor a la izquierda,
y hermano mayor a la derecha). Destaca ante el espectador el espacio que
se abre entre ambos grupos y que ocupa el centro de la composición.
Esta obra es un ejemplo de la
gran potencia expresiva de su autor y reflejo de su audacia y libertad
en la pincelada, rasgos que se hicieron extremos en los cuadros que pintó
a finales de la década de los sesenta. Se trata de un cuadro de
gran fuerza realista, sobre todo por la enorme penetración psicológica
de los personajes y por la armonía cromática conseguida.
La escena no muestra una emoción violenta sino una calma que confiere
a las figuras un carácter prácticamente escultórico
con el objetivo de transmitir perdurabilidad. No menos significativas
son la expresividad de la luz, la gama cromática utilizada, la
técnica y la sencillez compositiva. En cuanto a la luz, gracias
a su oscilación las figuras quedan conectadas al espacio que las
rodea y el mismo espacio se integra en la representación, es decir,
espacio y figuras se convierten en algo inseparable e igualmente expresivos.
En este lienzo Rembrandt interpreta con solemnidad la idea cristiana del
perdón, al mismo tiempo que transmite su profunda comprensión
de la condición humana y del sentimiento religioso. Su predilección
por este tema se remonta ya al 1636, momento en que pinta una tela en
la que aparece un hijo pródigo vividor con una jarra de vino junto
a una dama en una taberna. Posteriormente, realiza un aguafuerte en el
que representa el momento del regreso del hijo pródigo. En él,
el padre y el hijo menor aparecen de perfil en el umbral de la casa paterna,
a través del cual se dejan ver el resto de los personajes. Rembrandt
en esta ocasión pone más enfasis a la pobreza del hijo que
en su retorno. En cambio, en el cuadro que nos ocupa, el tema se concibe
de forma distinta, ya que el autor lo despoja de toda anécdota
y el padre se convierte en el protagonista, que con su abrazo absorbe
la pobreza del hijo. En cualquiera de los casos, parece que el estudio
repetido de este tema permite trazar un recorrido artístico y humano
de la implicación de Rembrandt con el personaje evangélico
del hijo pródigo.
El regreso del hijo pródigo
es un cuadro repleto de simbolismos a través de los cuales Rembrandt
quiere aquí mostrar el poder y la ternura de Dios que perdona,
acoge e ilumina a la humanidad abatida y pecadora que acude al refugio
de la gracia divina. Desde sus comienzos como artista independiente, Rembrandt
empezó a pintar cuadros de temática religiosa tomando como
fuente de inspiración las Sagradas Escrituras. Las parábolas
y los temas que resaltan los valores humanos predicados por Jesucristo
y recogidos en los Evangelios los utiliza para expresar su propia fe.
No obstante, no hay que olvidar que Holanda, por su adhesión al
protestantismo, trataba los temas religiosos de forma distinta a como
lo hacían los pintores de países católicos, pues
se inspiraban directamente en la Biblia siguiendo la línea de la
libre interpretación de la misma.
Las dimensiones
del lienzo son las propias para una pintura destinada a ocupar un lugar
en una iglesia. Sin embargo, a la muerte del pintor nadie lo reclamó,
hecho infrecuente en un pintor que trabajaba siempre por encargo, por lo
que se supone que lo realizó por iniciativa propia. Si se tienen
en cuenta las desgracias que fue sumando a lo largo de su vida, quizás
tenía necesidad de un abrazo de Dios como el de la parábola
evangélica. Lo cierto es que falleció teniendo delante la
esperanza de esta misericordia. |